Al cabo de un año
Día 365
Ya no duermo. Poco o nada fue lo que logré conciliar el sueño anoche. Me levanto de la cama y me quedó mirando fijamente mis pantuflas; se hacen grandes sobre mis huesudos pies. Arrastrándome me dirijo a la ducha, de forma queda mientras mi cabeza sigue murmurándome sobre el abandono, los divorcios, la muerte de mis familiares y los muchos desengaños que he tenido cuando he creído encontrar el amor. En el espejo del baño veo con horror mis ojeras marcadas. He bajado 20 kilos desde que soy consciente de cómo mi estado ha ido en franco deterioro. El fantasma de mi pasado aún me atormenta.
La regadera expulsa el agua que me moja; yo sin inmutarme, veo un punto fijo sobre la pared mohosa; hace tiempo que no limpio el baño. Restriego mi cabeza fuertemente con el champú mientras una sed de venganza me consume repentinamente. Deseo secretamente que él desaparezca de la faz de la tierra, para no recordarlo nunca más. Ya lo he hecho desaparecer de alguna forma, llevando a cabo mi plan de eliminar cuanta cosa de color verde me encuentro. Plantas, libretas, ropa. Detesto haber hilvanado mis mejores deseos a su existencia. Sin duda, hay cosas que inevitablemente me seguirán recordando a él.
Termino cansada de la ducha, me he puesto de mal humor, y eso que apenas amanece. Entre el sueño y los arrebatos mi día tiene pinta de ir de mal a peor.
Me dirijo a la cocina y me preparo una rebanada de pan con café; hacer algo más elaborado supondría tener que esperar, y poca paciencia tengo en estos tiempos.
He escrito lo que he hecho durante esta mañana porque escribir me libera, y en caso de que no lo haga, sigo el plan de desahogo a través de las letras que son mi forma preferida de expresión.
No deseo ir a trabajar hoy. La rutina se ha vuelto automática entre recibir la visita de pacientes, tomar las muestras, realizar los análisis de sangre, y así todo el tiempo hasta las dos de la tarde de cada día.
Creo que el único momento grato de mi día es este, cuando me siento a escribir y reflexionar sobre todo lo que ha sucedido y cómo me siento.
Tal vez sea la oportunidad de salir adelante, de comenzar a organizarme y dejar el tedio de una vez por todas. Pero no, son solo palabras.
Palabras que nadie lee, que a nadie importan, y que quizá nadie desee saber. Porque, a fin de cuentas, todos son perseguidos por su propio fantasma, planean su propia venganza y, a veces, fraguan su propio plan para salir delante de alguna manera.
¡Pero que optimista me he descubierto hoy a mí misma! Creyendo que todos tienen un plan para avanzar, cuando en realidad hay muchos que ni siquiera piensan en la posibilidad de un plan, sino que sumergidos en su propia desesperación se empujan hacia un precipicio, donde el fin propio es su única salida segura.
Ojalá que otros puedan, como yo, desahogarse en el papel, encontrar un plan seguro, que les de aliento de vida, deseos de continuar.
Porque no hay fantasma eterno, ni venganza duradera, si el plan no es otro que vivir, a pesar de las dificultades.
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